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La Unión Europea, un proyecto peligroso / Ardotxi

2005/02/16

La Constitución europea es un salto importante en el proyecto del capital que, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, impulsó una nueva reordenación con el fin de asegurar una nueva concentración y centralización del capital. Desde la firma en 1951 del Tratado de la CECA, hemos asistido a importantes eventos (Tratado de Maastricht, el Acta Unica Europea, el Pacto de Estabilidad, el EuroŠ) que han producido grandes cambios en las estructuras económicas, sociales y políticas de Europa, a costa de destruir miles de puestos de trabajo y muchos de los derechos sociales conquistados históricamente por el movimiento obrero En la historia del capitalismo europeo, desde que inició su acumulación originaria a finales del siglo XV y principios del XVI ¬la acumulación originaria del capital industrial¬, el capitalismo ha tenido diferentes fases o reordenaciones en la concentración y centralización del capital. El capítulo XIV del primer tomo de “El Capital”, que está consagrado a la acumulación originaria, habla, entre otros, del pillaje en el extranjero (sistema colonial), pillaje en contra de la propia población del país (explotación, carga de impuestos y proteccionismo) y del pillaje del Estado (deuda pública). Y en este proceso de concentración de capital, en sus diferentes procesos históricos, las guerras han ocupado un papel decisivo. Las terribles masacres del siglo XX ¬las dos guerras mundiales, por ejemplo¬ son producto de la expansión del capitalismo alemán, en competencia con los otros bloques europeos (Gran Bretaña, Estado francés) en abrirse un espacio en el mercado internacional.

Quienes nos hablan hoy de la condena moral del «terrorismo» y de las virtudes de la propiedad privada globalizada, del capitalismo y la Constitución europea, deberían reflexionar sobre las tremendas catástrofes producidas por sus antepasados en el afán de lograr la concentración de riqueza. Pero esta crueldad del capitalismo no es una reminiscencia histórica, sino algo inherente al propio funcionamiento del capitalismo y, por tanto, también perceptible en el proceso de reordenación emprendido a raíz de la segunda guerra mundial, cuyo recorrido ha desembocado en la Constitución europea.

Aunque hay que reconocer la habilidad y originalidad de los «padres fundadores» al promover el proyecto europeo y fijar las primeras bases para su desarrollo (firma de la CECA), su objetivo no era, como se nos quiere hacer ver de forma mistificada, la «unión de los pueblos de Europa en una paz duradera y fraternal» o que al no disponer libremente del carbón y del acero «no se volvería a estar en condiciones de declarar la guerra». Los padres fundadores, Monet, Adenauer, Schuman, De GasperiŠ de ideología democratacristiana y profundamente anticomunistas, directamente vinculados a los intereses eco- nómicos de las burguesía de sus respectivos países, supieron homogeneizar intereses y encontrar la fórmula de emprender una nueva acumulación capitalista.

En todo un periodo, de los años 50 hasta finales de la década de los 70, el proceso de acumulación adquiere formas keynesianas o de Estado de Bienestar, que no se explica sin el triunfo de la revolución rusa y la irrupción política de las clases populares que vieron la posibilidad de abrir espacios al margen del mercado capitalista. Son concesiones que se ve obligado a realizar el capital mediante el fiel colaborador de clase que es la socialdemocracia.

Pero la ofensiva capitalista de los 80 hace saltar por los aires el modelo fordista de regulación y buena parte del Estado de Bienestar, basado en el crecimiento económico, reparto social del excedente e integración política de la clase obrera, que, debido a la grave crisis económica y de acumulación en la que se encontraba el capital, ya no tenía la funcionalidad capitalista.

A partir de esos momentos, la unificación europea se acompaña con ataques sistemáticos contra las conquistas sociales, de tal forma que la mentira socialdemócrata de una unión eco- nómica combinada con una vertiente social progresista se desvanece. Así, asistimos a ese pillaje de la propia población del país del que habla Marx, en forma de reestructuración y desmantela- miento del aparato productivo, paro galopante, reformas laborales, privatizaciones masivas, agresiones salarialesŠ todo ello en nombre de la «modernización de la economía» y de la «integración en Europa».

La firma del Acta Unica Europea (1986), del Tratado de Maastricht (1992), el Pacto de Estabilidad (1996), el Tratado de Niza (2001), el Euro (2002)Š son jalones que van imponiendo las condiciones de convergencia de las economías de los países miembros, homogeneizan las magnitudes vinculadas al dinero y establecen el nuevo sistema monetario europeo. La precisa regulación de los aspectos económicos contrasta con las vagas declaraciones de inten- ciones en lo social. Hay que recordar que la Carta de los Derechos Fundamentales ¬Cumbre de Niza, diciembre de 2000, ahora incorporada a la Constitución¬ fue muy criticada ya entonces por su debilidad en lo referente a derechos sociales.

Con una integración económica de los grandes sectores estratégicos, sustentada sobre grandes corpo- raciones industriales y financieras, la UE se afirma como una «nueva» superpotencia imperialista, toda vez que se constituye en la mayor zona económica del mundo, capaz de rivalizar con EEUU.

Con una Constitución desprovista de las conquistas sociales y democráticas que el movimiento obrero impuso en más de cien años de luchas, cerrada a cal y canto a cualquier ejercicio del derecho a la autodeterminación de los pueblos, la UE avanzará hacia un aparato de Estado supranacional, despótico y centralista, capaz de imponer y ampliar hacia el Este su hegemonía económica y política.

Con la mundialización del capital, al carácter predador del capital no le sirve sólo mantener elevada la tasa de explotación impuesta por las políticas neoliberales en las metrópolis, sino que irremisiblemente tiende a extender su dominio a nuevos mercados. En este contexto, el proyecto militar que se vislumbra en la creación de la Agencia Europea de Armamento no es una cuestión baladí. Rosa Luxemburgo decía que «el militarismo tiene una función determinada en la historia del capital. Acompaña todas las fases históricas de la acumulación». La violencia de la guerra y los procesos económicos no son cosas del pasado, sino que corresponden también a la trayectoria del capitalismo contemporáneo.

Es preciso combatir todo este proyecto empezando por decir No en el referéndum del 20 de febrero.

Ardotxi

Gara, 16-02-2005