No hace demasiado tiempo, eran los supervivientes de la, por unos llamada “guerra civil” y por otros, la “revolución y contrarrevolución” del 36, los que nos abandonaban. Y aunque todavía, por suerte, queda alguna y algún longevo de aquella extraordinaria generación, empiezan a golpearnos cual fuerte chaparrón, las pérdidas de la que soportó (soportamos) activamente las dos décadas que duró el crepúsculo de la dictadura franquista (¿Cuántos seremos los que nos acordamos todavía del impactante y brillante folleto del mismo titulo que escribió nuestro inolvidable Ernest Mandel?) y la llamada “transición democrática”.
Es ley de vida, aunque la muerte, las más de las veces llega antes de lo esperado. Y sobre ella caben muchas reflexiones, tan complejas como las leyes que rigen la vida misma. Recuerdo las reflexiones de León Trosky sobre la muerte, desde la perspectiva de un ateo materialista dialéctico. Al fin y al cabo, lo mismo que la persona religiosa intenta encontrar el sentido de su vida y previsible muerte en los designios de Dios, el ateo trata de dar sentido a su vida sobre presupuestos racionales. La militancia revolucionaria es una forma de dar sentido a nuestras vidas. Cuando ésta acaba a resultas de esa actividad, adquiere un tono épico, incluso heroico. Todos recordamos con especial cariño al camarada, el colega, que cayó abatido en el fragor de una manifestación, una huelga, una insurrección, una revolución. Incluso, en las mazmorras, como consecuencia de la tortura o de una represión asesina. Los que hemos desarrollado una militancia internacional, además de internacionalista, tenemos camaradas caídos en toda clase de geografías y circunstancias.
A los más, nos ha tocado vivir una época en la que mantenemos como podemos nuestras convicciones revolucionarias, desarrollando una actividad políticamente contestataria e intelectualmente crítica, en el marco de una sociedad consumista y aburguesada, donde no hace mucho tiempo, se proclamaba a los cuatro vientos “el fin de la Historia”, y por tanto el fin de la utopía, de toda pretensión de propiciar una transformación revolucionaria de la sociedad. El capitalismo y la democracia representativa, serían según dicha proclama, la culminación de la sociedad y del genero humano.
Ardotxi, se rebelaba contra esa sentencia. Desde su sindicato LAB, dirigiendo su revista teórica Iraultzen, analizaba las contradicciones de la sociedad capitalista, abogaba por un cambio profundo, trataba de fortalecer la conciencia y la actividad de la clase trabajadora vasca. Ciertamente, muchas de sus opiniones las decía sólo en privado, en el círculos de sus íntimos, aunque de vez en cuando se desahogaba en artículos de opinión de Gara y Berriak, en los que mostraba su desacuerdo con la línea marcada por la dirección de Batasuna, y sobre todo con ETA, por cuyo cese de actividad abogaba desde hacia muchos años.
Si bien desde hace dos décadas militaba en las filas de la izquierda abertzale, él seguía fiel a muchos de los principios sobre los cuales forjó su anterior etapa militante.
No en vano, Ardotxi formó parte del grupo que tras romper con la estrategia impulsada por ETA, conformó la dirección de ETA VI, que posteriormente (estando él ya en prisión) se fusionaría con la LCR, dando nacimiento a la LCR-ETA VI. Tras la amnistía, volvió a su pueblo natal, Andoain. La cárcel le había dañado la salud. La militancia le supuso perder el trabajo. Soportó dificultades físicas y económicas muy duras, hasta encontrar trabajo como periodista del área socio-laboral en el periódico Egin y, con ello, recuperar la salud. Con el tiempo, dejó LKI y, aunque su principal actividad fue la del periodista militante, ligado a la izquierda abertzale, jamás cortó sus lazos con los viejos camaradas. Personalmente mantuvimos estrechas relaciones, discusiones y no pocas coincidencias en lo relativo a la situación política de Euskadi, sus posibles salidas, y las tribulaciones que sufre la izquierda, llámesele abertzale, alternativa, revolucionaria. La que no ha tirado la toalla, aunque orgánicamente se encuentre fraccionada e incluso dividida en diferentes organizaciones. Personalmente siempre he tenido en gran estima mantener lazos de amistad y comunicación entre militantes de distintas opciones políticas. Ardotxi era uno de ellos.
No esperábamos su muerte. Le sorprendió paseando con su hija por la apacible Donostia, en un día repleto de turistas que disfrutaban de la cercanía de la montaña y el mar.
¡La montaña! En ella compartimos más de una aventura, pasando propaganda y personas por la frontera pirenaica. Preparando acciones antifranquistas, o disfrutando de la naturaleza. Sus cenizas vuelan ya al viento en el monte Adarra.
Agur eta ohore lagun zaharra.
Joxe Iriarte, Bikila
Viento Sur, mayo de 2005